Mientras Venezuela convulsionaba por las guerras civiles de finales del siglo 19, Luisa de Acosta paría a su único hijo, Antonio. Era el 12 de junio de 1900.
Cuando el pequeño abrió los ojos, en su casa no existía televisión, el país apenas contaba con algunas redes eléctricas. Hoy, 110 años después, Antonio se mantiene ocupado en la Iglesia Peniel de Cabimas, una de las más de 100 Congregaciones que se cuentan en el país. Su actividad constante en los asuntos divinos lo erigen como el predicador más longevo en tierras zulianas y venezolanas. El es la voz centenaria de salvación.
“El secreto para vivir largamente es acercarse a Dios. Que El sea tu amigo. No ser avaricioso y ser feliz. No me canso de vivir”, suelta con extraordinaria elocuencia.
Sus manos reflejan que ha sido un hombre de trabajo: son fuertes, largas y salpicadas de pecas.
De sus ojos, ya solo le queda uno. El otro, perdió su vitalidad por una catarata, pero logro ver la comercialización y nacionalización del petróleo zuliano, el mandato de 17 presidentes, 4 juntas de gobierno y una junta militar de gobierno, la construcción de los sistemas viales que enlazan el país, dos guerras mundiales, incontables eclipses y, el paso, dos veces, del cometa Halley.
“Soy falconiano de nacimiento – oriundo de Urumaco - . Sufrí la dureza de ser huérfano de padre y madre a corta edad”, recuerda.
Antonio atesora cariño por sus padres de crianza, Ernesto Nava y su esposa Rosa, quienes lo trajeron al Zulia para ofrecerle un hogar.
Trabajó en la incipiente industria Petrolera por 11 años y medio, se casó con su entrañable Ana, a quien enterró hace 38 años, procreando con ella dos hijos, Candelario y Haidé. Se hizo cargo de un niño y una niña, a quienes crió como suyos. “Es excelente padre”, asegura Haidé.
La visita inesperada de Predicadores ambulantes que tocaron el corazón de su esposa Ana, le cambió la vida a el, hace 76 años.
“Ella amoldó su carácter avinagrado y yo entendí que ese mensaje era diferente. Renuncié al trabajo para dedicarme a servir a Dios a tiempo completo. Para sustentar a mi familia trabajé en la Iglesia como carpintero. Después compré un bus rojo y blanco, -El Ave de paso – con el hacía transporte hasta Facón. Luego me dediqué a fundar espacios para la predicación del evangelio en el occidente venezolano”, evoca.
En su afán de ganar almas, predicando de casa en casa, aguantó golpes, pedradas, improperios, baños de agua y hasta hormigas en la ropa.
El centenario persistió haciéndose merecedor de una veintena de reconocimientos, y el título de Peregrino del Milenio en Israel, firmado por el Alcalde de Jerusalén, en el año 2000, Ekual Olmert.
Julio Benítez, feligrés, reconoce la dedicación del bastión centenario como un ejemplo de tenacidad para la juventud.
Tomado del Diario Panorama del día 16/05/2010
domingo, 16 de mayo de 2010
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